martes, 21 de mayo de 2013

El papel higiénico y su posible sucesor

Datos e historia del rollo de cada día, el papel higiénico


Fuente: Google
No nos cansamos de repetirlo: la ciencia puede estar escondida donde menos lo esperamos, incluyendo en las actividades más cotidianas e inescapables como ir al baño. Sí; allí, cómodamente al alcance de la mano, está el famoso rollo de 74 metros de largo y 227 gramos de peso, con todos sus secretos a cuestas. En promedio, pasamos unos tres años en el trono a lo largo de la vida, y usamos unas ocho hojitas de papel por visita –varios miles al año, dependiendo de la frecuencia de uso. 



Es que el papel higiénico –que de eso hablamos– es toda una innovación tecnológica. Hay evidencias escritas de que los chinos ya lo usaban en el siglo VI, pero el rollo moderno fue inventado hacia 1850, cuando apareció el Papel Medicado de Joseph Gayetty. Hasta entonces, la necesaria limpieza se hacía con lana de ovejas u hojas de plantas o, si se trataba de sibaritas del asunto, con un trozo de tela. Más tarde, la aparición masiva de libros y folletos dio mucho material de lectura, y de limpieza.
Según Gayetty, el uso de hojas de diario o de libros era posible causante de hemorroides y, por lo tanto, su papel medicado era una efectiva cura para este incómodo trastorno. Tal vez esta afirmación generó la reacción delestablishment médico: cuenta Richard Smyth en su educativo libro Una absorbente historia del papel higiénico que la revista The Lancet ironizó con que "es bueno que los cirujanos sepan que todos sus esfuerzos para tratar las hemorroides son inútiles, ya que todo lo que se necesita es un simple papel que diga Gayetty".
El truco fue lograr un papel fuerte y extrasuave. Esta suavidad se obtiene durante el proceso de secado, cuando el papel se adhiere a un cilindro metálico y se va raspando por un cuchillo, lo que le da flexibilidad y delicadeza. Incluso podemos preocuparnos por un problema ingenieril: el de hacia dónde debe colgar el papel, ¿hacia la parte de afuera del rollo, o hacia adentro, mirando a la pared? Pues bien, hay asociaciones de ingenieros (como los de engineeringdergree.net) preocupadas por el tema. Parece ser que el 70 por ciento de las personas prefiere el estilo por arriba que, por cierto, tiene sus ventajas, como: a) es más sencillo separar el número deseado de hojas de papel; b) es más fácil agarrar el extremo del rollo, y c) el papel no se choca con las paredes. Sin embargo, en esta posición la fuerza que se ejerce es suficiente como para cortes indeseados y antes de tiempo. Por otro lado, la posición papel colgando por debajo del rollo tiene la enorme ventaja de que es menos probable que se desarme durante un terremoto, además de que queda más prolijo y es menos susceptible al ataque de gatos o niños. ¿Una pavada, dicen? Pues bien: más de la mitad de la población le presta atención a cómo cuelga el papel, y se ha calculado que podemos gastar hasta media hora al año buscando el maldito extremo del cual tirar. Es más: según los ingenieros, el 20 por ciento de la gente se enoja y da vuelta al papel si no está en la posición que juzga ideal. Hay una patente de 1966 que permite cambiar la orientación del rollo de papel sin sacarlo, como para que todos queden contentos.
Hay más estadísticas: la empresa Kimberly Clark (una de las principales productoras de papel) nos indica los fascinantes datos de que el 40 por ciento de las personas dobla el papel, un 40 por ciento abolla y un 20 por ciento enrolla las hojitas en su mano antes de proceder a la higiene nuestra de cada día.
Pero tal vez el imperio del papel higiénico llegue a su fin si el Washlet, un aparato inventado en Japón, lo destrona de nuestros baños. Consiste en un inodoro con asiento calientito, una manguereada de agua tibia para después del acto y un buen chorro de aire para secar. Más del 70 por ciento de los hogares japoneses ya ofrenda sus traseros al Washlet. Por ahora, el humilde y maravilloso papel higiénico se mantiene en pie entre nosotros, pero estén atentos, que el baño pronto puede cambiar para siempre.



Por: María Alejandra Figueroa
Fuente: El Tiempo 

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